A veces siento que camino por dentro de mí como un extraño. Que el nombre que pronuncian no me representa, que la imagen que proyectan no me contiene. Soy lo que no creen que soy, y no soy lo que creen que puedo ser.
Me han llamado fuerte cuando estaba roto, sabio cuando apenas entendía el silencio, líder cuando solo quería desaparecer sin ruido. Y sin embargo, aquí estoy, sosteniéndome con palabras que no siempre me salvan, pero que al menos me acompañan.
Hay días en que el tiempo parece una broma cruel, una línea recta que no respeta los ciclos del alma. Y yo, que he amado con todo lo que no sabía, que he llorado sin testigos, que he escrito para no morir del todo, me descubro siendo más que lo que esperan y menos que lo que prometí.
No quiero ser símbolo, ni ejemplo, ni espejo. Quiero ser humano, con todas mis contradicciones, con todos mis temblores, con todos mis intentos fallidos de ser eterno.
Porque si algo he aprendido, es que la autenticidad no se grita, se vive. Y que el alma no necesita aplausos, sino espacios donde pueda respirar sin pedir permiso.